PENSAR EN LA CUARTA DIMENSIÓN

«Y ahora os lo he dicho antes de que suceda, para que cuando suceda, creáis.» – Juan 14:29

Muchas personas, incluyéndome, hemos observado sucesos antes de que ocurrieran; es decir, antes de que ocurrieran en este mundo tridimensional. Dado que el ser humano puede observar un suceso antes de que ocurra en las tres dimensiones del espacio, la vida en la Tierra debe transcurrir según un plan, y este plan debe existir en otra dimensión y estar moviéndose lentamente a través de nuestro espacio.

Si los sucesos ocurridos no estaban en este mundo cuando fueron observados, entonces, lógicamente, debieron estar fuera de este mundo. Y todo lo que se puede ver antes de que ocurra aquí debe estar «predeterminado» desde la perspectiva del hombre despierto en un mundo tridimensional.

Surge entonces la pregunta: "¿Podemos alterar nuestro futuro?"

Mi propósito al escribir estas páginas es señalar las posibilidades inherentes al ser humano, mostrar que este puede alterar su futuro; pero, una vez alterado, este vuelve a conformar una secuencia determinista a partir del punto de interferencia: un futuro que será coherente con dicha alteración. La característica más notable del futuro humano es su flexibilidad. Está determinado por sus actitudes, no por sus actos. La piedra angular sobre la que se fundamenta todo es el concepto que el ser humano tiene de sí mismo. Actúa como actúa y tiene las experiencias que tiene porque su concepto de sí mismo es el que es, y por ninguna otra razón. Si tuviera un concepto diferente de sí mismo, actuaría de forma distinta. Un cambio en el concepto de sí mismo altera automáticamente su futuro; y un cambio en cualquier aspecto de su futura serie de experiencias altera recíprocamente su concepto de sí mismo. Las suposiciones que el ser humano considera insignificantes producen efectos considerables; por lo tanto, debería revisar su valoración de una suposición y reconocer su poder creativo.

Todos los cambios se producen en la conciencia. El futuro, aunque preparado con todo detalle de antemano, tiene varios desenlaces. En cada momento de nuestra vida tenemos ante nosotros la opción de elegir cuál de varios futuros queremos.

Todos poseemos dos perspectivas reales del mundo: una natural y otra espiritual. Los antiguos maestros llamaban a una «mente carnal» y a la otra «mente de Cristo». Podemos diferenciarlas como la conciencia ordinaria —gobernada por nuestros sentidos— y la imaginación controlada —gobernada por el deseo—. Reconocemos estos dos centros de pensamiento distintos en la afirmación: «El hombre natural no percibe las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son locura; ni las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente» [1 Corintios 2:14].

La visión naturalista limita la realidad al instante presente. Para ella, el pasado y el futuro son puramente imaginarios. La visión espiritual, en cambio, percibe el contenido del tiempo. Concibe los eventos como objetos distintos y separados en el espacio. Para la visión espiritual, el pasado y el futuro conforman un todo presente. Lo que es mental y subjetivo para el ser humano natural es concreto y objetivo para el ser humano espiritual.

El hábito de ver solo aquello que nuestros sentidos nos permiten percibir nos ciega por completo a lo que de otro modo podríamos ver. Para cultivar la facultad de ver lo invisible, a menudo debemos desenredar deliberadamente nuestra mente de la evidencia sensorial y concentrar nuestra atención en un estado invisible, sintiéndolo y percibiéndolo mentalmente hasta que adquiera toda la nitidez de la realidad.

El pensamiento serio y concentrado, enfocado en una dirección particular, aísla las demás sensaciones y las hace desaparecer. Basta con concentrarnos en el estado deseado para verlo. El hábito de apartar la atención del ámbito de las sensaciones y concentrarla en lo invisible desarrolla nuestra perspectiva espiritual y nos permite penetrar más allá del mundo de los sentidos y ver lo invisible. «Porque lo invisible de él se hace claramente visible desde la creación del mundo» (Romanos 1:20). Esta visión es completamente independiente de las facultades naturales. ¡Ábrela y avívala! Sin ella, estas instrucciones son inútiles, pues «las cosas del espíritu se disciernen espiritualmente».

Un poco de práctica nos convencerá de que, controlando nuestra imaginación, podemos moldear nuestro futuro en armonía con nuestros deseos. El deseo es el motor de la acción. No podríamos mover un solo dedo si no deseáramos hacerlo. Hagamos lo que hagamos, seguimos el deseo que en ese momento domina nuestra mente. Cuando rompemos un hábito, nuestro deseo de romperlo es mayor que nuestro deseo de continuar con él.

Los deseos que nos impulsan a la acción son aquellos que captan nuestra atención. Un deseo no es más que la conciencia de algo que nos falta o que necesitamos para disfrutar más de la vida. Los deseos siempre buscan algún beneficio personal; cuanto mayor sea el beneficio anticipado, más intenso será el deseo. No existe el deseo totalmente desinteresado. Donde no hay nada que ganar, no hay deseo y, por consiguiente, no hay acción.

El hombre espiritual se comunica con el hombre natural a través del lenguaje del deseo. La clave del progreso en la vida y de la realización de los sueños reside en la obediencia inmediata a su voz. Obedecer sin vacilar a su voz es asumir de inmediato el deseo cumplido. Desear un estado es poseerlo. Como dijo Pascal: «No me habrías buscado si no me hubieras encontrado ya». El hombre, al asumir la sensación de su deseo cumplido y vivir y actuar conforme a esta convicción, transforma el futuro en armonía con dicha suposición.

Las suposiciones despiertan aquello que afirman. Tan pronto como el ser humano se imagina que su deseo se ha cumplido, su ser tetradimensional encuentra la manera de alcanzar ese fin, descubre los métodos para su realización. No conozco una definición más clara de cómo realizamos nuestros deseos que la de experimentar en la imaginación lo que experimentaríamos en carne y hueso si lográramos nuestro objetivo.

Esta experiencia del fin determina los medios. Con su perspectiva más amplia, el yo tetradimensional construye entonces los medios necesarios para realizar el fin aceptado.

La mente indisciplinada tiene dificultad para comprender un estado que los sentidos niegan. He aquí una técnica que facilita anticiparse a los acontecimientos, para «llamar a las cosas que no se ven como si fueran» [Romanos 4:17]. Solemos restar importancia a las cosas sencillas; pero esta fórmula simple para cambiar el futuro se descubrió tras años de búsqueda y experimentación.

El primer paso para cambiar el futuro es el deseo; es decir: definir tu objetivo, saber con certeza qué quieres.

En segundo lugar: imagina un acontecimiento que creas que ocurriría tras la satisfacción de tu deseo, un acontecimiento que implique la satisfacción de tu deseo, algo en lo que predomine la acción del yo.

En tercer lugar: inmoviliza el cuerpo y induce un estado similar al sueño. Túmbate en la cama o relájate en una silla e imagina que tienes sueño. Luego, con los párpados cerrados y la atención centrada en la acción que deseas experimentar —en tu imaginación—, siéntete mentalmente inmerso en la acción propuesta, imaginando en todo momento que la estás realizando aquí y ahora. Debes participar siempre en la acción imaginaria, no solo observar, sino sentir que la estás realizando para que la sensación imaginaria sea real para ti.

Es importante recordar siempre que la acción propuesta debe ser una consecuencia de la satisfacción de tu deseo; además, debes sentirla con toda su viveza y nitidez, como si fuera real. Por ejemplo: imagina que deseas un ascenso. Recibir una felicitación sería un evento que experimentarías tras la satisfacción de tu deseo. Habiendo elegido esta acción como la que experimentarás en tu imaginación, inmoviliza tu cuerpo físico e induce un estado similar al sueño —un estado de somnolencia— pero en el que aún puedes controlar el rumbo de tus pensamientos; un estado de atención sin esfuerzo. Ahora, imagina que un amigo está frente a ti. Toma su mano imaginaria. Primero, siéntela sólida y real, luego entabla una conversación imaginaria con él en armonía con la acción. No te visualices a distancia, en el espacio y en el tiempo, recibiendo felicitaciones por tu buena fortuna. En cambio, sitúa el presente en otro lugar y el futuro en el presente. El evento futuro es una realidad ahora, en un mundo de dimensiones mayores. Y, curiosamente, ahora en un mundo dimensionalmente mayor, es equivalente a aquí en el espacio tridimensional ordinario de la vida cotidiana.

La diferencia entre sentirte en acción, aquí y ahora, y visualizarte en acción, como si estuvieras en una pantalla de cine, es la diferencia entre el éxito y el fracaso.

Notarás la diferencia si ahora te visualizas subiendo una escalera. Luego, con los ojos cerrados, imagina que tienes una escalera justo delante y siente que la estás subiendo de verdad.

El deseo, la inmovilidad física cercana al sueño y la acción imaginaria donde predomina la sensación del yo, aquí y ahora, no solo son factores importantes para alterar el futuro, sino condiciones esenciales para proyectar conscientemente el ser espiritual. Si, al inmovilizarse el cuerpo físico, nos invade la idea de hacer algo —e imaginamos que lo hacemos aquí y ahora, manteniendo la acción imaginaria hasta quedarnos dormidos—, es probable que despertemos del cuerpo físico y nos encontremos en un mundo de dimensiones superiores, con un enfoque también superior, haciendo realmente lo que deseábamos e imaginábamos hacer en la carne. Pero, despertemos o no allí, en realidad estamos realizando la acción en el mundo de la cuarta dimensión, y la repetiremos en el futuro, aquí, en el mundo de la tercera dimensión.

La experiencia me ha enseñado a restringir la acción imaginaria, a condensar la idea que será el objeto de nuestra meditación en un solo acto, y a repetirlo una y otra vez hasta que adquiera la sensación de realidad. De lo contrario, la atención se dispersará por un camino de asociaciones, y multitud de imágenes relacionadas se presentarán ante nosotros. En pocos segundos, nos alejarán cientos de kilómetros de nuestro objetivo en el espacio y años en el tiempo. Si decidimos subir un tramo de escaleras concreto, porque es el evento probable que siga a la realización de nuestro deseo, entonces debemos restringir la acción a subir ese tramo de escaleras. Si nuestra atención se dispersa, debemos reconducirla a la tarea de subir ese tramo de escaleras y seguir haciéndolo hasta que la acción imaginaria tenga toda la solidez y nitidez de la realidad. La idea debe mantenerse en el campo de la presentación sin ningún esfuerzo perceptible por nuestra parte. Debemos, con el mínimo esfuerzo, impregnar la mente con la sensación del deseo cumplido.

La somnolencia facilita el cambio porque favorece la atención sin esfuerzo, pero no debe llegar al estado de sueño profundo, en el que ya no podremos controlar nuestros pensamientos, sino a un grado moderado de somnolencia que nos permita seguir dirigiendo nuestros pensamientos. Una forma muy eficaz de encarnar un deseo es imaginar que se ha cumplido y luego, en un estado de relajación y somnolencia, repetir una y otra vez, como una nana, una frase corta que implique la satisfacción de nuestro deseo, como «Gracias», como si nos dirigiéramos a un poder superior por haberlo hecho por nosotros. Si, por el contrario, buscamos una proyección consciente a un mundo de mayor dimensión, entonces debemos mantener la acción hasta quedarnos dormidos.

Experimenta en la imaginación, con toda la nitidez de la realidad, lo que experimentarías en carne y hueso si alcanzaras tu meta; y, con el tiempo, la experimentarás en carne y hueso tal como la imaginaste. Alimenta la mente con premisas, es decir, afirmaciones que se presumen verdaderas, porque las suposiciones, aunque irreales a los sentidos, si se mantienen hasta adquirir la sensación de realidad, se convertirán en hechos. Para una suposición, todo medio que promueva su realización es bueno. Influye en el comportamiento de todos, inspirando en ellos los movimientos, las acciones y las palabras que tienden a su cumplimiento.

Para comprender cómo el ser humano moldea su futuro en armonía con sus suposiciones, debemos saber qué entendemos por un mundo tridimensionalmente mayor, pues es a un mundo tridimensionalmente mayor al que acudimos para alterar nuestro futuro. La observación de un evento antes de que ocurra implica que dicho evento está predeterminado desde la perspectiva humana en el mundo tridimensional. Por lo tanto, para cambiar las condiciones aquí, en las tres dimensiones del espacio, primero debemos cambiarlas en las cuatro dimensiones del espacio.

El ser humano desconoce con exactitud qué implica un mundo de dimensiones superiores, y sin duda negaría la existencia de un yo de dimensiones superiores. Está familiarizado con las tres dimensiones de longitud, anchura y altura, y considera que, de existir una cuarta dimensión, debería resultarle tan evidente como las tres primeras. Una dimensión no es una línea; es cualquier forma de medir algo que difiere por completo de las demás. Es decir, para medir un sólido en una cuarta dimensión, simplemente lo medimos en cualquier dirección excepto en la de su longitud, anchura y altura.

¿Existe otra forma de medir un objeto además de su longitud, anchura y altura? El tiempo mide mi vida sin emplear estas tres dimensiones. No existe tal cosa como un objeto instantáneo. Su aparición y desaparición son medibles. Perdura durante un tiempo determinado. Podemos medir su duración sin utilizar las dimensiones de longitud, anchura y altura. El tiempo es, sin duda, una cuarta forma de medir un objeto.

Cuantas más dimensiones tenga un objeto, más sustancial y real se vuelve. Una línea recta, que se encuentra enteramente en una dimensión, adquiere forma, masa y sustancia al añadirle dimensiones. ¿Qué nueva cualidad le conferiría al tiempo, la cuarta dimensión, que lo haría tan superior a los sólidos como los sólidos lo son a las superficies y las superficies a las líneas? El tiempo es un medio para los cambios en la experiencia porque todos los cambios requieren tiempo. La nueva cualidad es la mutabilidad.

Observe que si bisecamos un sólido, su sección transversal será una superficie; al bisecar una superficie, obtenemos una línea; y al bisecar una línea, obtenemos un punto. Esto significa que un punto no es más que una sección transversal de una línea, que a su vez no es más que una sección transversal de una superficie, que a su vez no es más que una sección transversal de un sólido, que, llevado a su conclusión lógica, no es más que una sección transversal de un objeto de cuatro dimensiones.

No podemos evitar la inferencia de que todos los objetos tridimensionales son meras secciones transversales de cuerpos tetradimensionales. Esto significa que, al encontrarme contigo, me encuentro con una sección transversal de tu ser tetradimensional: el yo tetradimensional que no se ve. Para ver el yo tetradimensional, debo ver cada sección transversal o momento de tu vida, desde el nacimiento hasta la muerte, y percibirlos como coexistentes. Mi atención debe abarcar la totalidad de las impresiones sensoriales que has experimentado en la Tierra, además de aquellas que podrías experimentar. Debo verlas, no en el orden en que las viviste, sino como un todo presente. Dado que el cambio es la característica de la cuarta dimensión, debo verlas en un estado de flujo constante, como un todo vivo y dinámico.

Si tenemos todo esto claramente fijado en nuestra mente, ¿qué significa para nosotros en este mundo tridimensional? Significa que, si podemos desplazarnos a lo largo del tiempo, podemos ver el futuro y alterarlo a nuestro antojo. Este mundo, que creemos tan sólidamente real, es una sombra de la cual podemos salir y más allá de la cual podemos transitar en cualquier momento. Es una abstracción de un mundo más fundamental y dimensionalmente mayor; un mundo más fundamental abstraído de un mundo aún más fundamental y dimensionalmente mayor, y así sucesivamente hasta el infinito. Lo absoluto es inalcanzable por cualquier medio o análisis, sin importar cuántas dimensiones añadamos al mundo.

El ser humano puede demostrar la existencia de un mundo dimensionalmente superior simplemente concentrando su atención en un estado invisible e imaginando que lo ve y lo siente. Si permanece concentrado en este estado, su entorno actual desaparecerá y despertará en un mundo dimensionalmente superior donde el objeto de su contemplación se manifestará como una realidad objetiva y concreta. Intuitivamente, creo que si abstrajera sus pensamientos de este mundo dimensionalmente superior y se adentrara aún más en su mente, volvería a externalizar el tiempo. Descubriría que cada vez que se adentra en su mente interior y externaliza el tiempo, el espacio se expande dimensionalmente. Y, por lo tanto, concluiría que tanto el tiempo como el espacio son seriales, y que el drama de la vida no es sino el ascenso a través de un bloque temporal multidimensional.

Algún día, los científicos explicarán por qué existe un Universo Serial. Pero en la práctica, lo más importante es cómo utilizamos este Universo Serial para cambiar el futuro. Para cambiar el futuro, solo necesitamos considerar dos mundos en la serie infinita: el mundo que conocemos gracias a nuestros órganos corporales y el mundo que percibimos independientemente de ellos.

LAS SUPOSICIONES SE CONVIERTEN EN HECHOS

Los hombres creen en la realidad del mundo exterior porque no saben cómo concentrar y condensar sus energías para penetrar su tenue superficie. Este libro tiene un solo propósito: descorrer el velo de los sentidos, viajar a otro mundo. Para descorrer el velo de los sentidos no se requiere gran esfuerzo; el mundo objetivo se desvanece al apartar nuestra atención de él.

Basta con concentrarse en el estado deseado para visualizarlo mentalmente; pero para que se materialice y se convierta en un hecho objetivo, debemos enfocar nuestra atención en ese estado invisible hasta que adquiera la sensación de realidad. Cuando, mediante la atención concentrada, nuestro deseo parece poseer la nitidez y la sensación de realidad, le hemos dado el derecho a convertirse en un hecho concreto y visible.

Si te resulta difícil controlar la dirección de tu atención en un estado similar al sueño, puede que te resulte muy útil fijar la mirada en un objeto. No mires su superficie, sino más allá de ella, en cualquier objeto plano como una pared, una alfombra o cualquier otro objeto con profundidad. Colócalo de manera que refleje lo menos posible. Imagina entonces que, en esa profundidad, ves y oyes lo que deseas ver y oír hasta que tu atención se centre exclusivamente en ese estado imaginado.

Al finalizar tu meditación, al despertar de tu «sueño consciente», sientes como si hubieras regresado de un lugar muy lejano. El mundo visible, al que habías excluido, vuelve a tu consciencia y, con su sola presencia, te revela que te has engañado a ti mismo al creer que el objeto de tu contemplación era real. Pero, si sabes que la consciencia es la única realidad, te mantendrás fiel a tu visión y, mediante esta actitud mental sostenida, confirmarás tu don de la realidad y demostrarás que tienes el poder de materializar tus deseos para que se conviertan en hechos concretos y visibles.

Define tu ideal y concentra tu atención en la idea de identificarte con él. Imagina la sensación de serlo, la que tendrías si ya fueras la encarnación de tu ideal. Luego, vive y actúa según esta convicción. Esta suposición, aunque los sentidos la nieguen, si persistes en ella, se convertirá en realidad. Sabrás que has logrado fijar el estado deseado en tu consciencia simplemente observando mentalmente a las personas que conoces. En tus diálogos contigo mismo, te sientes menos inhibido y más sincero que en las conversaciones reales con los demás; por lo tanto, la oportunidad para el autoanálisis surge cuando te sorprenden tus conversaciones mentales con otros. Si los ves como los veías antes, no has cambiado tu concepto de ti mismo, pues todo cambio en el concepto de uno mismo implica una relación diferente con el mundo.

En tu meditación, permite que los demás te vean como te verían si este nuevo concepto de ti mismo fuera un hecho concreto. Siempre pareces a los demás la encarnación del ideal que inspiras. Por lo tanto, en la meditación, cuando contemplas a los demás, debes ser visto por ellos mentalmente como te verían físicamente si tu concepto de ti mismo fuera un hecho objetivo; es decir, en la meditación imaginas que te ven expresando aquello que deseas ser.

Si das por sentado que eres lo que deseas ser, tu deseo se cumple y, en esa plenitud, todo anhelo se neutraliza. No puedes seguir deseando lo que ya has alcanzado. Tu deseo no es algo que te esfuerzas por cumplir, sino el reconocimiento de algo que ya posees. Es asumir la sensación de ser aquello que deseas ser. Creer y ser son uno. El concebidor y su concepción son uno; por lo tanto, aquello que te concibes ser nunca puede estar tan lejos como para estar cerca, pues la cercanía implica separación. «Si puedes creer, al que cree todo le es posible» [Marcos 9:23]. El ser es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que aún no se ve [cf. Hebreos 11:1]. Si das por sentado que eres lo que deseas ser, entonces verás a los demás en relación con esa certeza.

Si, en cambio, lo que deseas es el bien de los demás, entonces, en meditación, debes visualizarlos como si ya fueran aquello que deseas que sean. Es a través del deseo que trasciendes tu esfera actual y el camino del anhelo a la plenitud se acorta al experimentar en la imaginación lo que experimentarías en carne y hueso si ya fueras la encarnación del ideal que anhelas ser.

He afirmado que el ser humano tiene en cada instante la opción de elegir entre varios futuros; pero surge la pregunta: «¿Cómo es posible esto si las experiencias del ser humano, despierto en el mundo tridimensional, están predeterminadas?», como lo implica su observación de un evento antes de que ocurra. Esta capacidad de cambiar el futuro se hará evidente si comparamos las experiencias de la vida en la Tierra con esta página impresa. El ser humano experimenta los eventos en la Tierra de forma individual y sucesiva, del mismo modo que usted experimenta ahora las palabras de esta página.

Imagina que cada palabra de esta página representa una impresión sensorial. Para comprender el contexto, para entender mi significado, enfoca tu mirada en la primera palabra, en la esquina superior izquierda, y luego recorre la página de izquierda a derecha, deteniéndola en cada palabra, una a una. Cuando tus ojos lleguen a la última palabra, habrás comprendido mi significado. Ahora bien, supongamos que, al observar la página, con todas las palabras impresas presentes por igual, decides reordenarlas. Al reordenarlas, podrías contar una historia completamente diferente; de ​​hecho, podrías contar muchas historias diferentes.

Un sueño no es más que un pensamiento descontrolado en cuatro dimensiones, o la reorganización de impresiones sensoriales pasadas y futuras. El ser humano rara vez sueña con los acontecimientos en el orden en que los experimenta estando despierto.

Suele soñar con dos o más sucesos separados en el tiempo, fusionados en una sola impresión sensorial; o bien, en su sueño, reorganiza tan completamente sus impresiones sensoriales de vigilia que no las reconoce cuando las encuentra en estado de vigilia.

Por ejemplo, soñé que entregaba un paquete en el restaurante de mi edificio. La anfitriona me dijo: «Eso no está permitido ahí». Acto seguido, el ascensorista me dio unas cartas y, al darle las gracias, él me las agradeció a mí. En ese momento, apareció el ascensorista nocturno y me saludó con la mano.

Al día siguiente, al salir de mi apartamento, recogí algunas cartas que habían dejado en mi puerta. Al bajar, le di una propina al ascensorista de día y le agradecí que se hubiera ocupado de mi correo; él me devolvió el favor. De regreso a casa ese día, oí a un portero decirle a un repartidor: «No puede dejar eso ahí». Cuando estaba a punto de subir en el ascensor a mi apartamento, me llamó la atención una cara conocida en el restaurante y, al asomarme, la anfitriona me saludó con una sonrisa. Esa misma noche, acompañé a mis invitados a cenar hasta el ascensor y, al despedirme de ellos, el ascensorista de noche me deseó buenas noches con la mano.

Con tan solo reorganizar algunas de las impresiones sensoriales individuales que estaba destinado a encontrar, y fusionando dos o más de ellas en impresiones sensoriales individuales, construí un sueño que difería bastante de mi experiencia de vigilia.

Cuando aprendamos a controlar los movimientos de nuestra atención en el mundo tetradimensional, podremos crear conscientemente circunstancias en el mundo tridimensional. Aprendemos este control mediante el sueño lúcido, donde nuestra atención se mantiene sin esfuerzo, pues la atención sin esfuerzo es indispensable para cambiar el futuro. En un sueño lúcido controlado, podemos construir conscientemente un evento que deseamos experimentar en el mundo tridimensional.

Las impresiones sensoriales que utilizamos para construir nuestro sueño despierto son realidades presentes desplazadas en el tiempo o en el mundo tetradimensional. Al construir el sueño despierto, simplemente seleccionamos, del vasto abanico de impresiones sensoriales, aquellas que, al ordenarse adecuadamente, implican que hemos realizado nuestro deseo. Con el sueño claramente definido, nos relajamos en una silla e inducimos un estado de consciencia similar al sueño; un estado que, aunque cercano al sueño, nos permite mantener el control consciente de los movimientos de nuestra atención. Al alcanzar ese estado, experimentamos en la imaginación lo que experimentaríamos en la realidad si este sueño despierto fuera un hecho objetivo. Al aplicar esta técnica para modificar el futuro, es fundamental recordar siempre que lo único que ocupa la mente durante el sueño despierto es el propio sueño despierto, la acción predeterminada que implica la realización de nuestro deseo. Cómo se materializa el sueño despierto no nos concierne. Nuestra aceptación del sueño despierto como realidad física determina los medios para su realización.

Permítanme reiterar la idea de cambiar el futuro, que no es más que un sueño despierto controlado.

Define tu objetivo: ten claro lo que quieres.

Describe un acontecimiento que creas que ocurrirá tras la satisfacción de tu deseo; algo en lo que predomine la acción del yo, un acontecimiento que implique la satisfacción de tu deseo.

Inmoviliza el cuerpo físico e induce un estado de conciencia similar al sueño; luego, siéntete mentalmente dentro de la acción propuesta, imaginando todo el tiempo que la estás realizando aquí y ahora, de modo que experimentes en la imaginación lo que experimentarías en carne y hueso si ahora mismo realizaras tu objetivo.

La experiencia me ha convencido de que esta es la manera perfecta de alcanzar mi meta. Sin embargo, mis numerosos fracasos me delatarían si insinuara que he dominado por completo los movimientos de mi atención. Puedo, no obstante, decir con el antiguo maestro: «Una cosa hago: olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del cielo». [Filipenses 3:13-14]

EL PODER DE LA IMAGINACIÓN

“Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” – Juan 8:32

Los hombres afirman que un juicio verdadero debe ajustarse a la realidad externa a la que se refiere. Esto significa que si, estando encarcelado, me convenzo de que soy libre y logro creer que lo soy, entonces creo en mi libertad; pero no se deduce que sea libre, pues puedo ser víctima de una ilusión. Sin embargo, debido a mis propias experiencias, he llegado a creer en tantas cosas extrañas que veo pocas razones para dudar de la verdad de aquello que escapa a mi experiencia.

Los antiguos maestros nos advirtieron que no juzgáramos por las apariencias, pues, según ellos, la verdad no tiene por qué ajustarse a la realidad externa a la que se refiere. Afirmaban que dábamos falso testimonio si imaginábamos el mal contra otro; que por muy real que parezca nuestra creencia, por mucho que se ajuste a la realidad externa a la que se refiere, si no libera a aquel de quien creemos, es falsa y, por lo tanto, un juicio erróneo.

Se nos exige negar la evidencia de nuestros sentidos e imaginar como cierto en nuestro prójimo aquello que lo libera. «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres». Para conocer la verdad sobre nuestro prójimo, debemos asumir que ya es aquello que desea ser. Cualquier concepto que tengamos de otro que no alcance su deseo cumplido no lo liberará y, por lo tanto, no puede ser la verdad.

En lugar de aprender mi oficio en escuelas donde asistir a cursos y seminarios se considera un sustituto del conocimiento autodidacta, mi formación se dedicó casi exclusivamente al poder de la imaginación. Pasaba horas imaginándome ser diferente a como me lo dictaban la razón y los sentidos, hasta que los estados imaginados se volvían tan vívidos como la realidad misma; tan vívidos que los transeúntes se convertían en parte de mi imaginación y actuaban como yo quería. Por el poder de la imaginación, mi fantasía guiaba la suya y les dictaba su comportamiento y la conversación que mantenían, mientras yo me identificaba con mi estado imaginado. La imaginación del hombre es el hombre mismo, y el mundo tal como lo ve la imaginación es el mundo real, pero es nuestro deber imaginar todo lo que es bello y digno de admiración [Filipenses 4:8]. «Porque el Señor no ve como ve el hombre; el hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón» [1 Samuel 16:7]. «Como piensa el hombre en su corazón, tal es él» [Proverbios 23:7].

En meditación, cuando la mente se ilumina, descubro que mi imaginación está dotada del poder magnético para atraer hacia mí todo aquello que deseo. El deseo es el poder que la imaginación utiliza para moldear la vida a mi alrededor, al tiempo que la moldeo en mi interior.

Primero deseo ver a cierta persona o escena, y luego miro como si viera aquello que deseo ver, y el estado imaginado se vuelve objetivamente real. Deseo oír, y luego escucho como si estuviera oyendo, y la voz imaginada pronuncia lo que le dicto como si ella misma hubiera iniciado el mensaje. Podría darles muchos ejemplos para demostrar mis argumentos, para probar que estos estados imaginados se convierten en realidades físicas; pero sé que mis ejemplos despertarán, en quienes no hayan experimentado algo similar o no estén interesados ​​en mis argumentos, una incredulidad muy natural.

Sin embargo, la experiencia me ha convencido de la verdad de la afirmación: «Él llama a las cosas que no son como si fueran». Romanos 4:17

Porque en profunda meditación he llamado a cosas que no se veían como si se vieran, y lo invisible no solo se hizo visible, sino que finalmente se convirtió en realidades físicas.

Mediante este método —primero deseando y luego imaginando que estamos experimentando aquello que deseamos experimentar— podemos moldear el futuro en armonía con nuestro deseo. Pero sigamos el consejo del profeta y pensemos solo en lo bello y lo bueno, pues la imaginación nos sirve con la misma indiferencia y rapidez cuando nuestra naturaleza es mala que cuando es buena. De nosotros brotan el bien y el mal. «Hoy te he dado a elegir entre la vida y el bien, la muerte y el mal». Deuteronomio 30:15

El deseo y la imaginación son la varita mágica del hechicero de la fábula, y atraen hacia sí sus propias afinidades. Se manifiestan mejor cuando la mente se encuentra en un estado similar al sueño. He descrito con cuidado y detalle el método que empleo para acceder a un mundo de dimensiones superiores, pero ofreceré una fórmula más para abrir la puerta a ese mundo. «En un sueño, en una visión nocturna, cuando el sueño profundo cae sobre los hombres, mientras duermen en el lecho; entonces él abre los oídos de los hombres y sella su instrucción.» Job 33:15,16

En los sueños solemos ser siervos de nuestra visión, no sus amos, pero la fantasía onírica puede transformarse en realidad externa. En los sueños, como en la meditación, nos deslizamos de este mundo a uno de dimensiones superiores, y sé que las formas oníricas no son imágenes planas bidimensionales, como creen los psicólogos modernos.

Son realidades sustanciales de un mundo dimensionalmente mayor, y puedo aferrarme a ellas. He descubierto que, si me sorprendo soñando, puedo aferrarme a cualquier forma inanimada o estática del sueño —una silla, una mesa, una escalera, un árbol— y ordenarme que despierte. Mientras me aferro firmemente al objeto del sueño, soy arrastrado a través de mí mismo con la clara sensación de despertar. Despierto en otra esfera sosteniendo el objeto de mi sueño, para descubrir que ya no soy esclavo de mi visión, sino su amo, pues soy plenamente consciente y controlo los movimientos de mi atención. Es en este estado de plena consciencia, cuando controlamos la dirección del pensamiento, que llamamos a las cosas que no vemos como si las viéramos. En este estado, llamamos a las cosas deseándolas y asumiendo la sensación de que nuestro deseo se ha cumplido.

A diferencia del mundo tridimensional, donde existe un intervalo entre nuestra suposición y su cumplimiento, en el mundo tridimensionalmente superior nuestra suposición se realiza de inmediato. La realidad externa refleja instantáneamente nuestra suposición. Aquí no es necesario esperar cuatro meses para la cosecha [véase Juan 4:35]. Volvemos a mirar como si ya hubiéramos visto, y he aquí que los campos ya están listos para la siega.

En este mundo de dimensiones superiores, «No tendréis que luchar; estad quietos, y ved la salvación que Jehová os dará», 2 Crónicas 20:17. Y puesto que ese mundo superior atraviesa lentamente nuestro mundo tridimensional, podemos, mediante el poder de la imaginación, moldear nuestro mundo en armonía con nuestros deseos. Mira como si vieras; escucha como si oyeras; extiende tu mano imaginaria como si tocaras… Y tus suposiciones se convertirán en hechos.

Para quienes creen que un juicio verdadero debe ajustarse a la realidad externa a la que se refiere, esto será una necedad y un obstáculo [1 Corintios 1:23]. Pero yo predico y practico la fijación en la conciencia de aquello que el hombre desea realizar. La experiencia me convence de que las actitudes mentales fijas que no se ajustan a la realidad externa a la que se refieren y que, por lo tanto, se denominan imaginarias —«cosas que no son»—, sin embargo, «anularán las cosas que son» [1 Corintios 1:28].

No pretendo escribir un libro de maravillas, sino más bien reconducir la mente del hombre a la única realidad que los antiguos maestros adoraban como Dios. Todo lo que se decía de Dios, en realidad se decía de la conciencia del hombre, de modo que podemos decir: «que, como está escrito: “El que se gloría, gloríese en su propia conciencia”» [1 Corintios 1:31; 2 Corintios 10:17,18; “Pero el que se gloría, gloríese en esto: en que me entiende y me conoce, que yo soy Jehová, que ejerzo misericordia, justicia y rectitud en la tierra”, Jeremías 9:24].

Nadie necesita ayuda para guiarse en la aplicación de esta ley de la conciencia. «Yo soy» es la autodefinición del absoluto. La raíz de la que todo brota. «Yo soy la vid» [Juan 15:1; 15:5].

¿Cuál es tu respuesta a la eterna pregunta: "¿Quién soy yo?"

Tu respuesta determina el papel que desempeñas en el drama del mundo. Tu respuesta —es decir, tu concepto de ti mismo— no tiene por qué ajustarse a la realidad externa a la que se refiere. Esta gran verdad se revela en las palabras: «Que el débil diga: “Soy fuerte”» (Joel 3:10).

Repasa los buenos propósitos que tantas veces te has propuesto para el año nuevo. Duraron poco y luego se desvanecieron. ¿Por qué? Porque estaban desconectados de su esencia. Asume que ya eres quien deseas ser. Imagina lo que sentirías en carne y hueso si ya fueras quien deseas ser. Mantente fiel a tu suposición, de modo que te definas como aquello que has asumido.

Las cosas no tienen vida si se las separa de sus raíces, y nuestra conciencia, nuestro “YO SOY”, es la raíz de todo lo que brota en nuestro mundo.

«Si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis» (Juan 8:24). Es decir, si no creo ser ya aquello que deseo ser, permanezco como soy y muero en mi actual concepción de mí mismo. No existe poder alguno, fuera de la conciencia humana, capaz de resucitar y dar vida a aquello que el hombre anhela experimentar. Aquel que acostumbra evocar a voluntad las imágenes que desea, será, gracias al poder de su imaginación, dueño de su destino.

«Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá.» Juan 11:25

“Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.”

NADIE A QUIEN CAMBIAR SINO A UNO MISMO

«Y por ellos me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.» Juan 17:19

El ideal al que servimos y por el que nos esforzamos por alcanzar nunca podría haber surgido de nosotros si no estuviera potencialmente implicado en nuestra naturaleza.

Mi propósito ahora es relatar y enfatizar una experiencia que publiqué hace dos años. Creo que estas citas de «La búsqueda» nos ayudarán a comprender el funcionamiento de la ley de la conciencia y nos mostrarán que no podemos cambiar a nadie más que a nosotros mismos.

En una ocasión, durante un momento de ocio en alta mar, medité sobre el estado perfecto y me pregunté qué sería si mis ojos fueran demasiado puros para contemplar la injusticia, si para mí todo fuera puro y estuviera libre de toda condenación. Sumido en esta profunda reflexión, me encontré elevado por encima de la oscuridad de los sentidos. Tan intensa fue la sensación que me sentí un ser de fuego habitando en el aire. Voces celestiales, como las de un coro, exaltaban a quienes habían vencido a la muerte: «¡Ha resucitado! ¡Ha resucitado!», y supe intuitivamente que se referían a mí.

Entonces me pareció caminar en la noche. Pronto llegué a una escena que bien podría haber sido el antiguo Estanque de Betesda, pues allí yacía una gran multitud de personas impotentes —ciegas, cojas, marchitas— esperando no el movimiento del agua como manda la tradición, sino a mí. Al acercarme, sin pensarlo ni hacer nada, fueron moldeadas una tras otra como por el Mago de la Belleza. Ojos, manos, pies —todas las partes que les faltaban— fueron extraídas de una fuente invisible y moldeadas en armonía con la perfección que sentía brotar en mi interior. Cuando todas fueron perfectas, el coro exclamó: «¡Consumado es!». Entonces la escena se desvaneció y desperté.

Sé que la visión fue fruto de mi intensa meditación sobre la idea de la perfección, pues mis meditaciones invariablemente me llevan a la unión con el estado contemplado. Estaba tan absorto en la idea que, por un instante, me convertí en aquello que contemplaba, y el elevado propósito con el que me identifiqué en ese momento atrajo la compañía de lo sublime y moldeó la visión en armonía con mi naturaleza interior. El ideal al que estamos unidos obra mediante la asociación de ideales para despertar una multitud de estados de ánimo y crear un drama acorde con la idea central.

Mis experiencias místicas me han convencido de que no hay manera de lograr la perfección exterior que buscamos sino mediante la transformación de nosotros mismos.

En la economía divina nada se pierde. No podemos perder nada salvo al descender de la esfera donde la cosa tiene su vida natural. La muerte no tiene poder transformador y, ya sea que estemos aquí o allá, moldeamos el mundo que nos rodea con la intensidad de nuestra imaginación y sentimiento, e iluminamos u oscurecemos nuestras vidas con los conceptos que tenemos de nosotros mismos. Nada es más importante para nosotros que la concepción que tenemos de nosotros mismos, y esto es especialmente cierto en lo que respecta a nuestra concepción del Uno dimensionalmente grandioso dentro de nosotros.

Quienes nos ayudan o nos perjudican, lo sepan o no, son instrumentos de esa ley que moldea las circunstancias externas en armonía con nuestra naturaleza interna. Es nuestra concepción de nosotros mismos la que nos libera o nos limita, aunque se valga de medios materiales para lograr su propósito.

Dado que la vida moldea el mundo exterior para reflejar la disposición interna de nuestras mentes, no hay otra manera de alcanzar la perfección exterior que buscamos que mediante nuestra propia transformación. Ninguna ayuda viene del exterior; las colinas a las que alzamos la vista son las de una cordillera interior. Por lo tanto, es a nuestra propia conciencia a la que debemos recurrir como a la única realidad, el único fundamento sobre el que se pueden explicar todos los fenómenos. Podemos confiar plenamente en la justicia de esta ley, que nos dará solo aquello que es propio de nuestra naturaleza.

Intentar cambiar el mundo antes de cambiar nuestra propia concepción de nosotros mismos es luchar contra la naturaleza misma de las cosas. No puede haber cambio externo sin un cambio interno. Como es adentro, es afuera. No abogo por la indiferencia filosófica cuando sugiero que nos imaginemos ya como lo que queremos ser, viviendo en una atmósfera mental de grandeza, en lugar de usar medios físicos y argumentos para lograr el cambio deseado. Todo lo que hacemos, sin un cambio de conciencia, no es más que un reajuste superficial e inútil. Por mucho que nos esforcemos o luchemos, no podemos recibir más de lo que nuestras suposiciones afirman. Protestar contra lo que nos sucede es protestar contra la ley de nuestro ser y nuestro dominio sobre nuestro propio destino.

Las circunstancias de mi vida están demasiado relacionadas con mi concepto de mí mismo como para no haber sido formadas por mi propio espíritu desde un almacén dimensionalmente mayor de mi ser. Si me duelen estos sucesos, debo buscar la causa en mi interior, pues me conmueven aquí y allá y me hacen vivir en un mundo en armonía con mi concepto de mí mismo.

La meditación intensa produce una unión con el estado contemplado, y durante esta unión vemos visiones, tenemos experiencias y nos comportamos en consonancia con nuestro cambio de consciencia. Esto nos muestra que una transformación de la consciencia resultará en un cambio de entorno y comportamiento.

Todas las guerras demuestran que las emociones violentas son extremadamente potentes para precipitar reorganizaciones mentales. A todo gran conflicto le ha seguido una era de materialismo y codicia en la que se sumergen los ideales por los que supuestamente se libró el conflicto.

Esto es inevitable porque la guerra evoca odio, lo cual impulsa un descenso de la conciencia desde el plano de lo ideal hasta el nivel donde se libra el conflicto. Si pudiéramos sentir la misma pasión por nuestros ideales que la que sentimos por nuestras aversiones, ascenderíamos al plano de lo ideal con la misma facilidad con que ahora descendemos al nivel de nuestros odios.

El amor y el odio poseen un poder transformador mágico, y mediante su práctica crecemos hasta asemejarnos a aquello que contemplamos. La intensidad del odio nos permite forjar en nosotros mismos el carácter que imaginamos en nuestros enemigos. Las cualidades se marchitan por falta de atención, por lo que quizá sea mejor erradicar los estados negativos imaginando «belleza en lugar de cenizas y alegría en lugar de luto» [Isaías 61:3], en vez de atacar directamente el estado del que deseamos liberarnos.

“Todo lo que es amable y digno de admiración, en esto pensad” [Filipenses 4:8], porque nos convertimos en aquello con lo que estamos en comunión.

No hay nada que cambiar excepto nuestro concepto de nosotros mismos. Tan pronto como logremos transformarnos, nuestro mundo se disolverá y se remodelará en armonía con lo que nuestro cambio afirma.