Parte 4: Fe, Agradecimiento y Diezmo
Se os dice: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, el tal hombre que recibirá cosa alguna del Señor”. Podéis ver por qué se hace esta afirmación, pues solo sobre la roca de la fe se puede establecer algo. Si no tenéis la consciencia de la cosa, no tenéis la causa o el fundamento sobre el cual se erige la cosa.
Una prueba de esta consciencia establecida se os da en las palabras: “Gracias, Padre”. Cuando entráis en el gozo de la acción de gracias de tal manera que realmente os sentís agradecidos por haber recibido aquello que aún no es aparente a los sentidos, os habéis vuelto definitivamente uno en consciencia con la cosa por la cual disteis gracias. Dios (vuestra consciencia) no puede ser burlado. Siempre estáis recibiendo aquello de lo que sois conscientes de ser, y ningún hombre da gracias por algo que no ha recibido. “Gracias, Padre” no es, como lo usan muchos hoy en día, una especie de fórmula mágica. Nunca necesitáis pronunciar en voz alta las palabras “Gracias, Padre”. Al aplicar este principio, a medida que os eleváis en consciencia hasta el punto en que estáis realmente agradecidos y felices por haber recibido la cosa deseada, automáticamente os regocijáis y dais gracias interiormente. Ya habéis aceptado el don que no era más que un deseo antes de que os elevarais en consciencia, y vuestra fe es ahora la sustancia que vestirá vuestro deseo.
Este elevarse en consciencia es el matrimonio espiritual donde dos se pondrán de acuerdo en ser uno y su semejanza o imagen se establecerá en la tierra.
“Porque todo lo que pidiereis en mi nombre, yo lo haré”. ‘Todo lo que’ es una medida bastante grande. Es lo incondicional. No dice si la sociedad considera correcto o incorrecto que lo pidáis; eso depende de vosotros.
¿Realmente lo queréis? ¿Lo deseáis? Eso es todo lo que es necesario. La vida os lo dará si pedís ‘en su nombre’.
Su nombre no es un nombre que se pronuncia con los labios. Podéis pedir eternamente en el nombre de Dios o Jehová o Cristo Jesús y pediréis en vano. ‘Nombre’ significa naturaleza; así que, cuando pedís en la naturaleza de una cosa, los resultados siempre siguen. Pedir en el nombre es elevarse en consciencia y volverse uno en naturaleza con la cosa deseada; elevaos en consciencia a la naturaleza de la cosa, y os convertiréis en esa cosa en expresión.
Por lo tanto, “todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá”.
Orar, como os hemos mostrado antes, es reconocimiento – el mandato de creer que recibís es primera persona, tiempo presente. Esto significa que debéis estar en la naturaleza de las cosas pedidas antes de poder recibirlas.
Para entrar fácilmente en la naturaleza, es necesaria una amnistía general. Se nos dice: “Y cuando estéis orando, perdonad, si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone a vosotros vuestras ofensas. Porque si vosotros no perdonáis, tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas”. Esto puede parecer un Dios personal que se complace o disgusta con vuestras acciones, pero no es el caso.
La consciencia, siendo Dios, si mantenéis en la consciencia algo contra el hombre, estáis atando esa condición en vuestro mundo. Pero liberar al hombre de toda condenación es liberaros a vosotros mismos para que podáis elevaros a cualquier nivel necesario; por lo tanto, no hay condenación para los que están en Cristo Jesús.
Por consiguiente, una muy buena práctica antes de entrar en vuestra meditación es primero liberar a todo hombre en el mundo de culpa. Porque la LEY nunca es violada y podéis descansar confiadamente en el conocimiento de que la concepción que cada hombre tiene de sí mismo va a ser su recompensa. Así que no tenéis que molestaros en ver si el hombre obtiene o no lo que consideráis que debería obtener. Porque la vida no comete errores y siempre le da al hombre aquello que el hombre primero se da a sí mismo.
Esto nos lleva a esa tan abusada declaración de la Biblia sobre el diezmo. Maestros de todo tipo han esclavizado al hombre con este asunto del diezmo, pues al no comprender ellos mismos la naturaleza del diezmo y al temer ellos mismos la carencia, han llevado a sus seguidores a creer que una décima parte de sus ingresos debe ser dada al Señor.
Queriendo decir, como dejan muy claro, que cuando uno da una décima parte de sus ingresos a su organización particular, está dando su “décima parte” al Señor – (o está diezmando). Pero recordad, “YO SOY” el Señor”. Vuestra consciencia de ser es el Dios al que dais, y siempre dais de esta manera.
Por lo tanto, cuando os afirmáis ser cualquier cosa, habéis dado esa afirmación o cualidad a Dios. Y vuestra consciencia de ser, que no hace acepción de personas, os devolverá colmada, remecida y rebosante con esa cualidad o atributo que afirmáis para vosotros mismos.
La consciencia de ser no es nada que podáis nombrar jamás. Afirmar que Dios es rico; que es grande; que es amor; que es todo sabio; es definir aquello que no puede ser definido. Porque Dios no es nada que pueda ser nombrado jamás.
El diezmo es necesario y vosotros diezmáis con Dios. Pero de ahora en adelante, dad al único Dios y aseguraos de darle la cualidad que deseáis expresar como hombre, afirmándoos ser el grande, el rico, el amoroso, el todo sabio.
No especuléis sobre cómo expresaréis estas cualidades o afirmaciones, pues la vida tiene un camino que vosotros, como hombres, no conocéis. Sus caminos son inescrutables. Pero, os aseguro, el día que afirméis estas cualidades hasta el punto de la convicción, vuestras afirmaciones serán honradas. No hay nada cubierto que no haya de ser descubierto. Lo que se habla en secreto será proclamado desde las azoteas. Es decir, vuestras convicciones secretas de vosotros mismos – estas afirmaciones secretas que ningún hombre conoce, cuando son realmente creídas, serán gritadas desde las azoteas en vuestro mundo.
Porque vuestras convicciones de vosotros mismos son las palabras del Dios dentro de vosotros, las cuales palabras son espíritu y no pueden volver a vosotros vacías, sino que deben cumplir aquello para lo que fueron enviadas.
En este momento estáis llamando desde el infinito aquello de lo que ahora sois conscientes de ser. Y ni una palabra o convicción dejará de encontraros.