Capítulo 8: Ningún Otro Dios
“Yo Soy el primero y yo soy el último; junto a mi no hay Dios.” (Isaías 44: 6) “Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud. No tendrás ningún otro Dios delante de mí.” (Deuteronomio 5:6,7)
"No tendrás ningún otro Dios además de mí." Mientras el hombre tenga una creencia en un poder aparte de sí mismo, siempre se despojará del ser que es. Toda creencia en poderes aparte de sí mismo, ya sea para bien o para mal, se convertirá en el molde de la imagen esculpida adorada.
Las creencias en la potencia de las drogas para sanar, las dietas para fortalecer, el dinero para asegurar, son los valores o los cambiadores de dinero que deben ser expulsados del Templo para que el hombre pueda entonces realizar la única causa de todas las manifestaciones, su conciencia. Cuando el hombre se da cuenta de que la conciencia es el único poder y la única presencia, él puede entonces indefectiblemente manifestar esa cualidad. Este entendimiento arroja a los cambistas del Templo. "Vosotros sois el templo del Dios viviente" (N.T.: 2 Corintios 6:16), un templo hecho sin manos. Está escrito: "Mi casa será llamada por todas las naciones casa de oración, pero la habéis convertido en guarida de ladrones." (N.T.: Marcos 11:17)
Los ladrones que te roban son tus propias falsas creencias. Es tu creencia en una cosa, no la cosa misma, la que te asiste. Sólo hay un poder: YO SOY Él. Debido a tu creencia en las cosas externas, tú piensas que hay poder en ellas al transferir el poder que tú eres a lo externo. Date cuenta que tú mismo eres el poder que has dado por error a las condiciones externas. La Biblia compara al hombre dogmático con el camello que no podría pasar por el ojo de la aguja. El ojo de la aguja al que se refería era una pequeña puerta en las paredes de Jerusalén que era tan estrecha que un camello no podría atravesarla hasta ser liberado de su carga. El hombre rico, que está cargado de falsos conceptos humanos, no puede entrar en el Reino de los Cielos hasta que sea liberado de su carga más de lo que podría pasar el camello por esta pequeña puerta. (N.T.: Mateo 19:24)
El hombre se siente tan seguro en sus leyes, opiniones y creencias hechas por el hombre que él las enviste con una autoridad que ellas no poseen. Satisfecho de que su conocimiento es todo, no se da cuenta de que todas las apariencias externas no son más que estados mentales externalizados. Cuando él se da cuenta de que la conciencia de una cualidad externaliza esa cualidad sin la ayuda de algún otro o muchos valores, entonces establece el único valor verdadero, su propia conciencia.
"El Señor está en su templo sagrado." (N.T.: Salmo 11:4) La conciencia habita dentro de lo que es consciente de ser. YO SOY hombre es el Señor y su templo. Sabiendo que la conciencia se objetiva a sí misma, el hombre debe perdonar a todos los hombres por ser lo que son. Debe darse cuenta de que todos expresan (sin la ayuda de otro) lo que son conscientes de ser. Pedro, el hombre iluminado o disciplinado, sabía que un cambio de conciencia produciría un cambio de expresión. En lugar de simpatizar con los mendigos de la vida en la puerta del templo, declaró: "Plata y oro no tengo (para ti) pero lo que tengo (la conciencia de libertad) te doy a ti." (N.T.: Hechos 3:6)
"Reaviva el don dentro de ti." (N.T.: 2 Timoteo 1:6) Deja de rogar y afirma ser tú mismo eso que tú decides ser. Haz esto y tú también saltarás de tu mundo lisiado al mundo de la libertad, cantando alabanzas al Señor, YO SOY. "Mucho más grande es el que está en ti que el que está en el mundo." (N.T.: 1 Juan 4:4) Este es el grito de todos los que encuentran su conciencia de ser, ser Dios. Tu reconocimiento de este hecho limpiará automáticamente el templo, tu conciencia, de los ladrones y asaltantes, restaurando para tí ese dominio sobre las cosas que perdiste en el momento en que olvidaste la orden: "No tendrás otro Dios además de MÍ."